Para tener un álbum desgraciadamente inolvidable

jueves, 23 de octubre de 2014

Primero tenga a la mano una cámara fotográfica. No... Más importante que la cámara es tener al menos un momento que lo haga llorar después, cuando se acabe, cuando dentro de mucho tiempo usted esté buscando entre sus archivos el currículo de su hermanita menor para enviárselo al jefe de su amiga que está en busca de una nueva asistente de planificación que lo ayude a planificar la ruina de otras personas. Entre los documentos habrá un archivo que por su nombre críptico y su imagen tan pequeña usted no logrará distinguir. Así que abrirá el archivo, y ahí está la foto. Maldita sea. 

Pero sigamos, después de que usted se vea acorralado por ese momento Kodak® no tendrá más remedio que tomar la foto en cuestión. Respire profundo, abra bien la boca y pele los dientes, o bese a su pareja, déjese abrazar, en fin, pretenda, pretenda. Inmortalice de mentira lo que morirá de verdad. Si ve la foto y no le gusta, bien sea porque no refleja suficiente felicidad, porque usted no se peinó ese día o simplemente porque no-es-real, repita el proceso, para eso es la tecnología. Acto seguido, devuelva su rostro a la normalidad. Haga este proceso cada vez que se encuentre en momentos especiales hasta que finalmente cuente con una cantidad sustanciosa de imágenes que conformen el desgraciado álbum. 

Si pasado el tiempo usted no quiere volver a abrir este álbum por accidente pero aun así no quiere borrarlo, le recomiendo ponerle un nombre que no llame la atención, que sea discreto, que no le provoque abrir hoy, ni mañana, ni nunca. Un nombre como "System 33". Y si, por el contrario, usted fue bastante descuidado y cada vez que vuelve a buscar el famoso currículo se encuentra con uno que otro álbum por allí, ábralo, mírelo largos minutos, llore si quiere, pero por amor a Dios, siga con su vida. Es solo una foto. Es solo un maldito álbum. Son recuerdos que toman vida mientras usted los ve, pero ya no existen. Ya no existen.


23 de Octubre de 2014.

Delirio Onírico

He muerto cientos de veces justo cuando me encuentro en la cumbre de la vida; me he visto a mí misma deleitando lo imposible, la utópica felicidad, el irreal misticismo, la alegría, la armonía, y justo ahí, he caído en el abismo.

Estoy segura que ya lo sabes, pues obras de manera premeditada, dando una puñalada certera, limpia y profesional. Me he perdido en laberintos infinitos, aunque tan pequeños, y he vuelto al mismo lugar. Todos construidos por ti: el irrevocable arquitecto.

Ingenuamente te he catalogado como humano en varias ocasiones, pero no me engañas más. No eres más que un ausente, un punto suspensivo, una culpa... y no hay nada peor que una culpa. Aquella ha llevado a los hombres a las más deplorables devociones, como la religión insensata e ilógica; aquella ha llevado también a centenares de hombres a la locura, aunque corro el riesgo de caer en un eufemismo.

Te filtras cauteloso y paciente, constante, pero silencioso. La roca no se debilita por una gota de agua, pero espera un tiempo a que caigan millones de gotas sobre el mismo punto en la roca y verás lo que sucede. La roca se cansa, la gota gana.

Pero has perdido. He descifrado tu juego. No puedo hacer nada para borrarte, pero sí que puedo hacer algo para modificar tu recuerdo. Olvidas que somos computadoras emocionales. Lo único que debo hacer es girar la realidad, torcerla. Es bastante simple, la verdad, y mira como pierdes.

7 de Marzo de 2012.

Caracas, ciudad de... gente apurada

-Retazo-

Amanece en la metrópoli. Se comienzan a dibujar los suaves contornos del viejo y hermoso cerro El Ávila y, con él, los demás contornos de los cientos/miles de edificios que forman parte del circo cotidiano. Ya las alarmas hace rato que sonaron, las casas huelen a café instantáneo y arepa (si es que hay algo pa' comer). Se aglomera la gente en la puerta del metro  -¿A qué hora abre esta vaina?, y algunos ya van en camino al trabajo en otro medio de transporte. Si tienen suerte, llegan sin mayor inconveniente a sus destinos. A los que hacen vida un poco más tarde no les va tan bien. Entre forcejeo y empujones ven cómo se la resuelven para montarse en algún medio de transporte que los lleve al trabajo. Si te consigues algún conocido en la calle, el saludo es rápido y entrecortado -¡Épale, Fulano! ¿cómo estás?, pregunta que nunca tiene respuesta (ni que te importe mucho) porque Fulano va muy apurado y ni hablar de ti. Una vez en tu trabajo, pasas las siguientes 8 horas pensando qué harás para llenar tanto tiempo de "productividad" (no todos tienen la suerte de amar su trabajo y saber qué hacer todo ese tiempo). ¿Para esa vaina ibas tan apurado?

La hora pico es de lo más simpática (y triste). Si algún día tiene la oportunidad, siéntese un rato en una parada clave de autobús, donde lleguen muchos empleados a la hora de salida y vea, observe, lo infeliz que se torna la bendita hora pico.


2012.
 

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