Yo acababa de terminar de correr así que seguí mi camino a paso descansado. Viré el rostro de vez en cuando para ver al personaje que me seguía involuntariamente, caminando cabizbajo y que también a ratos miraba hacia atrás. Era un anciano. Sin poder quitar mi atención de él finalmente me detuve y le pregunté si había algo que podía hacer para ayudarlo. Sentí su mirada burlona sobre mí, seguido de una mueca en sus labios que en el momento no supe si era una sonrisa o era que los estaba apretando con discreción. Nadie puede ayudarme, joven, estamos atrapados en los eternos ciclos y no podremos salir hasta que se vaya la oscuridad, contestó. Un poco confundido le sonreí y le pregunté nuevamente que si de todas formas no quería que le ayudara en algo. Sorprendido por mi insistencia me invitó a caminar a su lado y me dijo que mirara hacia arriba.
Cada día, al amanecer, despertamos de un largo sueño oscuro
para entrar en la etapa de luz. Durante las primeras horas, y hasta
el mediodía vivimos libres de sombras y somos plenamente nosotros.
Éstas, sin embargo, nos vigilan muy de cerca, sin separarse nunca
de nosotros, hasta el punto de entrar nuevamente en nuestro cuerpo
justo a la mitad del día, para recordarnos que están ahí... Que no se
han ido a ningún lugar. Que hagas lo que hagas, la oscuridad estará
ahí, acechando. Durante esa hora nos sentimos cansados y a veces
tenemos que reposar el cuerpo fatigado, cansado de batallar. En las
horas de la tarde vuelven a salir para darte un respiro, pero todo es
un gran engaño, joven. En la noche regresan con más intensidad y
apenas se va la luz inundan todo cuanto es posible ver y lo llenan
todo de sombras. Esas son las horas más oscuras, y ¡hay de los
sensibles como yo que sufrimos con cada anochecer! Mi noche es
una lucha entre el bien y el mal, donde obviamente llevo las de
perder. Y vivo viendo el reloj para contar las horas que me quedan
conmigo mismo, sin que nada esté dentro de mí.
Detuvo su relato para mirar hacia abajo. Ya casi era mediodía y las sombras apenas eran visibles. Consulté mi reloj solo para advertirle, pero en cuanto levanté la cabeza lo vi corriendo hacia un árbol bastante distante, diciendo palabras inaudibles. Y yo me estremecí, cuando mi sombra fue poco a poco metiéndose en mi cuerpo, sintiendo algo hasta ahora desconocido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario